Film

Temporada de patos

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Cuando el director Fernando Eimbcke le comunicó a sus productores que su guión sobre titulado Temporada de patos iba a ser filmado en blanco y negro y con cámaras estáicas, estos casi se desmayan. Enseguida sudaron frí­o. Venderle a los adolescentes mexicanos una pelí­cula en dos colores y competir con Hollywood no es nada fácil. Y para añadirle a la ecuaciòn, los referentes de Eimbcke no eran John Hughes (Breakfast Club) sino más bien Yasujiro Ozu (Good Morning), internacionalmente conocido por su lentitud y su austeridad al montar una escena.

Sin embargo, Temporada de patos fue un éxito, y los miedos se desvanecieron. Según Eimbcke, tiene claramente que ver con que los adolescentes del DF, y de Latinoamérica en general, se ven reflejados en una historia como ésta. Es bien difí­cil crecer en el DF y verse reflejado en Harold and Kumar Go to White Castle. Pero también tiene que ver con que Temporada de patos es un excelente guión lleno de humor negro.

El filme transcurre en un apartamento deprimente y bastante kitsch del barrio chilango de Tlatelolco. En él, Flama (Daniel Miranda) y Moko (Diego Cataño) matan un domingo aburrido inmersos en duelos de Playsation 2. En la cocina, la vecina (Danny Perea) trata de hornear un pastel. De repente, se va la luz. Sin juegos y sin nada que hacer, los chicos llaman y ordenan una pizza, que según ellos llega tarde. Al no querer pagar por la pizza, Ulises, el pizzero (Enrique Arreola) decide instalarse en el apartamento haciendo un poco de desobediencia civil. No se irá del lugar hasta que le paguen su pizza con salchichòn. Con el pasar de las horas, ya la pizza no es tema de conversación, sino más bien lo es un cuadro en donde salen unos patos en pleno vuelo.

Durante las dos horas de este filme pasa de todo, a un ritmo más bien lento. Puede ser el efecto del blanco y negro o de la falta de movimiento o la falta de ambientes múltiples. Hay ciertas escenas de flashbacks, que son las ùnicas veces que vemos a los personajes fuera del apartamento y las únicas veces que vemos movimientos de cámara. Estas sub- historias dibujan a unos personajes cada vez más complejos. Y es que a medida que pasa el largometraje, los adolescentes, y por encima de ellos, Ulises, se ponen a confesarlo todo. Algunas de estas historias secundarias parecen un poco melodramáticas y forzadas. Sin embargo, el humor lo cura todo, y ese sentimiento de melodrama se esfuma cuando Temporada de patos vuelve a su terreno natural, el del humor de silencios incómodos y la verguenza ajena.

En su primer largometraje, Eimbcke trata de retratar a la frustraciòn de ser adolescente, esa frustración que todos hemos conocido: de no poder tomar nuestras propias decisiones y depender de otros a los cuales no entendemos completamente. Al finalizar la peli­cula, tenemos esa sensación de haber visto una aventura al estilo Goonies, y es que esa tarde dominguera termina convirtiendose para Moko, Ulises y Flama en una suerte de momento decisivo, de cambio de 180 grados. Ese domingo terminó con la monotoní­a. Como dijo el mismo Eimbcke, ojalá hubiese tenido yo una tarde como esa cuando era adolescente, con esa chica y ese pastel.