Film

Los Muertos

Read more

La primera imágen es la de una selva borrosa. El lente enfoca y desenfoca hojas, troncos, raíces y ramas de un verde intenso. La cámara flota en el aire, mira hacia arriba, hacia el cielo, y también hacia abajo. Luego, entre el verdor, la cámara descubre dos cuerpos ensangrentados y semi desnudos. Un poco más tarde, la cámara sube y sólo nos enseña la mano y el machete del autor del crimen. La pantalla se torna verde, y la peli comienza. Ésta es, sin duda, Los muertos (2004).

Años después, nos encontramos en un reformatorio de Corrientes, Argentina. Vargas, (Argentino Vargas) un hombre de cincuenta y tantos años se prepara para salir de prisión. Deberá tomar una canoa y navegar hasta la isla donde vive su única hija, a la que no ha visto en décadas. En este viaje, Vargas se encontrará con viejos conocidos, visitará a una prostituta y degollará a un cordero. Todo envuelto en sonidos de cerdos y pájaros exóticos.

Dirigida por Lisandro Alonso (La Libertad), Los Muertos es un film de esos que parecen documentales, pero no lo son. Diría que es minimalista por la falta de dialógo, que transcrito a papel, no excedería las dos páginas, pero eso me parece un cliché. Mejor sería decir que lo primero que me vino a la cabeza viendo Los Muertos fueron los cuentos de sangre y naturaleza del uruguayo Horacio Quiroga.

Como un personaje de cuento corto, Vargas es una interrogante. Es un tipo de respuestas escuetas, constantemente contemplando su alrededor. Por esto, Alonso convierte a la jungla en un actor clave. Durante su viaje en canoa, la escenas estáticas hacen que el murmullo del río tome protagonismo. El silencio del hombre y el escándalo de la selva, como telón de fondo transmiten, a su vez, dos sentimientos diferentes pero interelacionados. O Vargas viaja con un ladrillo de plomo en el tórax, por su sentimiento de culpabilidad, o, por fin ha logrado, a lo monje tibetano, encontrar esa paz interior tan difícil y camuflageada. Y es que uno nunca se entera: ¿Sigue siendo un matón campesino o se siente culpable? En este debate, se centra lo positivo de esta película. Una interpretación (de actores no profesionales) a veces ambigua que deja que uno, sentado en la sala del cine, tome sus propias notas sobre el asunto.

La primera escena marca el tono y el montaje del film, manteniendo ese velo de misterio a largo del viaje de regreso. Sin esta escena, el viaje de regreso sería un viaje aburrido, de documentales de National Geographic. Cuando llega el momento en el que Vargas degolla un cordero para alimentarse, no podemos dejar de pensar en el doble asesinato inicial.

Los Muertos es una película lentísima. La cámara se mantiene en un solo punto y sólo a veces decide moverse y fotografiar juguetes o agua turbia. Las tomas de Vargas en su trayecto cárcel-casa están bastante trabajadasy en ningún momento se sienten pesadas. Lisandro Alonso comparte con directores como el japonés Yasujiro Ozu (Late Spring, Good Morning) esa afición por las escenas largas y silenciosas. Uno tiene la posibilidad, entonces, de verdaderamente mirar la escena. Acostumbrados a tanta edición al estilo MTV, a veces es saludable sentirse incómodo ante el cronometraje excesivo de la escena donde Vargas se devora un yogurt.

Al final, por fin podemos ver el título del largometraje y los créditos, acompañados de la música del grupo indie argentino Flormaleva. Tal vez, todo lo que vimos precede a la verdadera historia, que tan sólo está comenzando.