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The Road to St. Diego

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San Diego es un santo que le ganó a los ingleses la guerra que Argentina no pudo ganar en las trincheras, y hasta se dió el lujo de contar con la mano de Dios. Santa Maradona es una santa que hizo de una ciudad entera como Nápoles pasar de clase “B” a ser la más importante de Italia. Más allá del deporte, cuando un personaje de esta tierra se convierte en figura religiosa, no alcanzan las explicaciones ni las reflexiones. Con el correr de los años, la estampa cobra nuevos hitos y a su alrededor se agrandan las anécdotas de poder sanador.

Tati Benítez (Ignacio Benítez) cree en santos y santas, y se embarca con algunos pocos billetes en una travesía que lo llevará en peregrinación desde Misiones hasta Buenos Aires conociendo entrañables personajes como Waguinho (Carlos Wagner La Bella), y viviendo insólitas aventuras gracias a que lleva con él un milagro natural casi tan religioso como la existencia misma de su ídolo: árbol a imágen y semejanza.

El creador de esta historia llamada El Camino De San Diego no es otro que Carlos Sorin. Sus tres largometrajes anteriores lo convirtieron en el Maradona del Festival de Cine de San Sebastián: La Película Del Rey (1986), Historias Mínimas (2002), y El Perro (2004) todas ganadoras de los más importantes premios. Volviendo a creer en el poder de los actores amateurs y las historias de ruta, Sorin también repite con éxito la mezcla entre documental y ficción como lo hizo con probablemente el mejor ejemplo de técnica mixta que yo he visto hasta hoy: La Era Del Ñandú (1986)–todavía busco reseñas de la bio-k2 en farmacias y laboratorios. Inspirado en el libro “Santa Evita” de Tomás Eloy Martínez por las hazañas que el pueblo hizo para salvar a Evita en su agonía, esta vez trata la internación del máximo ídolo deportivo del país en la Clínica Suizo Argentina de Buenos Aires por un problema cardíaco en el 2004.

A pesar de haber perdido su trabajo y no tener los recursos para hacer el viaje, la internación motiva a Tati para entregar la raíz milagrosa en persona. Fotos, artículos de diario, posters, entradas a partidos y otros souvenirs decoran la casa de Tati y otras varias miles de casas Argentinas. Si hasta el nombre de una de sus hijas no es Dalma ni Yanina (como las hijas de Maradona), sino directamente Diega. En el camino hacia San Diego, Tati vive un viaje esencial que lo llena de orgullo cada vez que alguien mira la raíz y dice “se parece!”, como si se tratase de un deber; Tati es profeta. Mensajero de una sociedad que necesita héroes para dejar por un momento de sufrir las miserias cotidianas y creer que no se está tan mal.

De eso se trata. Más allá de los que lo idolatran o los que ya sienten pena, lo importante es que hay que creer en algo. Convertir los problemas a través del lente de la ilusión.

La importancia de la cinematografía en este viaje está cuidada hasta el detalle por el experto Hugo Colace, quien no sólo captura el paisaje sino también la magia del lugar. Sorin dice en varias entrevistas que la clave fundamental con los amateurs es tener suerte: de encontrarlos y de que les salga lo que él quiere. Después hay que tener paciencia, aflojar tensiones y tomarlos desprevenidos. De esta manera, riesgosa por momentos pero rica en si misma por su frescura, Sorin abre un nuevo camino para que Tati junto a tantos otros millones de Argentina, Italia y el mundo entero junten San Diego El Documental y Santa Maradona De La Ficción. Hechos, creencias e ilusión. Yo lo vi jugar en vivo. Esa aparición sobrenatural vuelve en 35mm, y volverá en mi mente varias veces más.